martes, 3 de junio de 2008

Historias de Cuba: La Habana, el mundo perdido





Siguiendo la costumbre de este sujeto, proyecto algún día de hombre sensato, comienza un nuevo viaje a la capital del tiempo, La Habana. Ningún viaje sería propio de él si no aconteciesen fenómenos extraños. En este caso no hubo problemas con el equipaje, pero si con el vuelo que se retrasó 3 horas que fueron paliadas con la calma de la cámara, previa espera en la cola de facturación de otras 2 horas. Una vez en el “plane” no hubo ninguna actuación estelar, bueno casi… En una mirada distraída entre la azafata y el españolito, la niña derramó el agua hirviendo del té sobre el cuerpecito de éste. Pensarán que el muchacho gritó o emitió algún sonido, ¡¡pues no!!, nada más lejos de la realidad. Con la tranquilidad propia de un koala se secó el agua y dijo “no quema, no se preocupe”. ¿La verdad? ¡¡Joder como quemaba el agua!! La piel se tornó cereza, la del brazo, la de la costilla y la de la pantorrilla. Un rojo que demuestra científicamente que sus termorreceptores todavía funcionan. El suceso no pasó a más, la vida estaba salvada y la dignidad por los suelos.

El españolito tomó el aeropuerto de La Habana sano y salvo comenzando un nuevo viaje por el interior de sus entrañas pasando numerosos controles policiales. Por una vez en la vida se libró de nuevas humillaciones en público y llegó a un artilugio denominado gua-gua; previo timo de la estampita de dos mozos de maletas que querían hacerse millonarios a costa de los turistas y que solventó, previo recuerdo de su madre, con un par de cigarros (momento en el cual se dio cuenta que no llevaría suficiente tabaco).

Explicar la sensación que tuvo cuando ese proyecto de vehículo cruzaba La Habana era como ver en directo una ciudad que acaba de sufrir un bombardeo, casas derruidas, gente abarrotando las calles y luces que habían desaparecido. En esa tesitura el españolito decidió no salir y quedarse en el hotel, ya que a las 11 de la noche y en ese ambiente…uffffff. Bueno también el hotel se las traía, así que mejor tomarse una cerveza de la nevera de la habitación y evitar que la noche le confundiese, la caballería llegaba al día siguiente y era mejor descansar…la edad. ¿La habitación? Este sujeto ha dormido en sitios peores, pero en ninguno con un cuarto de baño como ese, con techos de 4 metros y con un juego de luces propio de una discoteca. Por supuesto, suficiente para un aburguesado pero insuficiente para calamar la visión de la noche, ¡¡joder con el malecón!! ¡¡joder!! ¡¡joder!! ¡¡increíble!!

No hacia tanto calor como esperaba, puede asegurar que en la ribera del Mediterráneo tiene mayor humedad, aunque el aire acondicionado no sobraba. Muchas cosas pensó el españolito durante el vuelo, ir a bucear, regatear con los taxistas ilegales, beberse un mojito mientras conversaba con el camarata, etc… Nada de eso ocurrió había que quitarse el miedo del cuerpo y familiarizarse con el ambiente (una cuestión puramente animal). Así que tras un sueño reparador de conciencia, decidió salir a correr por el malecón a las 7 de la mañana, cuando el alba despierta. Dicho y hecho, con una pinta más de bañista que de corredor de élite, corrió, corrió y corrió. Durante el trayecto observó, analizó, comprendió y alucinó (¡¡sin drogas!!) ¿Cómo describir La Habana? Uffffffff, ¡¡muchas fotos había que hacer!!, pero sintió que no pasaría nada y que la gente iba a su bola, ¡¡otro turista más!!

Han pasado siete días y siete noches, ha disfrutado de una ciudad de la cual se ha enamorado, por su gentes, por su visión de la vida, por su lucha callada por la libertad de su país; ha conocido artistas como Felipe, ha bailado en la noche, ha visto la miseria en niñas de 16 años que ofrecen su cuerpo al mejor postor, la poca vergüenza de españoles que compran placer a costa de la inocencia de ellas y el beneficio económico del padre, madres que venden a sus hijas pequeñas, les han timado con el tema de los puros (jajajajaja, sin comentarios que se me enfadan), han visitado sitios (por supuesto cuyos nombres ha cambiado) como el Palacio de la Música, el barrio de Harlem, el Chevrolet, la Habana vieja, la nueva, el barrio rico, la plaza de la independencia (horrorosa) y las mil calles por las que han andado. Le han intentado timar con monedas de Canadá (jajajajaja, infelices), ha hablando con castristas de la crisis del Líbano, ha comido en una casa particular, ha visto la miseria, el dolor de la gente abandonada, la alegría de aquellos que intentan sobrevivir y lo consiguen cada día, ha probado mojitos aguados por falta de materia prima, oído música y ha tomado fotos (bueno lo ha intentado), ha visto como las chicas españolas ligan que te cambas y que los chicos no, al menos el españolito (como le dijo la recepcionista del hotel cuando llegaron sus amigas, “este no es nada”, efectivamente el españolito no existe)

De vuelta en el avión una mujer decía que nunca recomendaría este viaje. Yo estoy de acuerdo con ella, hay gente que nunca debería ir, más cuando lo interesante está en las propias personas, en sus historias, y solo con un contacto directo uno llega a darse cuenta de muchas cosas. Afortunadamente el españolito viajó con gente que se confunde con ellos y pudo escuchar mucho…se ha enamorado de una ciudad en ruinas, y sabiendo que en el mundo hay cien mil sitios interesantes, volverá…algún día, cuando esté más moreno.

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