jueves, 27 de septiembre de 2007

Tiempo de Payasos

Te vi un instante, un tiempo de Carol entre toda esa multitud que paseaba por “Charles Bridge”; sin embargo, te recuerdo como si fuese ayer mismo. Con tu cara india, ojos oscuros y esa sonrisa a lo Paul Newman en La Leyenda del Indomable. Nos miramos fijamente, y sé que te enamoraste de mí, más allá de cualquier consideración.

Ya ves dónde vivo, en un puente, en una ciudad bella convertida en un mercado persa de cristal de Bohemia que parece un hormiguero, ¡¡cuánta gente!!; supongo que como en todas las grandes capitales. No entiendo a todos lo que venís a Praga y no paseáis por los jardines, por el extrarradio, por el parque de la estación de tren, por qué no miráis las fotos de Pinkava (
www.ivanpinkava.com), por qué se desprecia a los más pobres… Que decadencia amigo mío, ¡¡sí Valle levantase la cabeza!!, haría un buen esperpento de estas sociedades ricas, pobres, humanas e inhumanas.

Ya te lo dijo un día Javier “ustedes los blancos son gente muy rara, nunca se conforman con lo que tienen”. Aunque he de decirte que yo tampoco, que tengo sueños. Ya sé que no se lleva, que me llamaran loco, e incluso ya me han pegado algún tiro como a Paul por creer en ello; pero no puedo evitarlo. En las noches, cuando descanso en mi baúl, sueño con tener vida y un corazón como Pinocho.

Bueno, debo dejarte, aquí entre bambalinas y candilejas, y a pesar de los tiempos modernos, el telón del teatro debe de levantarse, para que la gente ría y aplauda, conmigo o de mí.

Espero verte otro día.


PD. Please, hazme el favor de leer los carteles para que la próxima vez la policía no te llame la atención, que a este paso escribirás un tratado de “Vestidos Regionales de la Policía de todo el Mundo: visones desde una celda”





Recuerdos de África II: Epupa Paraíso

El viaje por tierras africanas continuó sin maletas pero con la sabiduría de aquéllos que saben adaptarse a las circunstancias. Lo cierto es que a medida que pasaron los días la gente empezó a sentirse más a gusto.

La capacidad visual de los canarios iba más allá de lo humano y lo divino. La razón hay que buscarla en las horas de mar que se han pasado en busca de boyas cual piedra de hielo en una tormenta perfecta. Con esa habilidad propia de los indios Churruca y la ilusión de los niños en busca de tesoros consiguieron ver a 100 Km/h, con un tórrido sol, sin apenas contraste en el paisaje y en mitad del sueño post-panzada de ciervo a un León de melena negra del Kalajari. Sobró un gesto del ojo del animal, para que estos chicos se mirasen a la cara y detuviesen el camión ¡¡Stop Mike!! Nunca una mirada entre leones fue tan clara. Pasaron una hora cara a cara, panza a panza con la bestia, ¡¡Dios salve al rey!!

Subir una Duna virgen conlleva un esfuerzo inhumano para determinados cuerpos, incluido el de este sujeto, pero sobre todo para el que va el primero. Si no recuerdo mal, el españolito duró cuatro minutos en cabeza, y cual caballero de armadura, cedió su camino a una joven. Creo que fueron 200 metros de desnivel, pero la ostia física que se llevaron es de esas que hacen historia. Si a eso se le suma el viento atizando por un costado, la subida fue infernal, posiblemente por ello, más de la mitad del grupo se desvaneció por el camino como en las pelis de Omar Shariff de la legión extranjera. ¿Y para qué? Para ver un rojo amanecer desde las alturas, con la arena metiéndose entre los pelillos de la nariz, pupilas castigadas, boca abierta y orejas desnudas. ¿A quién coño le apetecía pasar por eso? A nadie, pero ¿acaso estos aventureros lo sabían? Fue ese día, el día señalado para que el españolito hincase rodilla en suelo y con lágrimas en los ojos, moqueando cual cochino de barro, pidiese, mejor dicho, implorase un poco de colirio ante el asombro del personal. En su cabeza esas palabras que días antes había dicho “A Dios pongo por testigo que nunca os pediré nada más” y la respuesta “Vendrás llorando, te arrodillarás y suplicarás”. ¿Acaso eran adivinas las compañeras de viaje o peor brujas? La cuestión es que ese día fue duro, muy duro. Sin embargo, a los viajeros les esperaba la gran prueba, “la noche del Yurican”.

Si algo tuvo de espectacular el viaje, más allá del vino y el fuego, eran los paisajes. Enormes extensiones de terreno, ¡¡que pequeña se hacía castilla!! Y allá que en mitad de un paraje semi-desértico, con una tormenta de viento, les tocó montar las tiendas a 20 incautos. Era más fácil hacer parapente que montar esos cuatro palos. Pero si algo tiene el asilvestrado y el pirómano de Char es capacidad inventiva y años de campo. Así que en una genialidad propia de seres extraterrestres sacaron un conejo de la chistera, ¡¡unas bridas!! Bueno unas cien para ser más exactos. Con estos artefactos de plástico consiguieron atar la lona de la tienda a las varillas, metieron tres toneladas de piedra dentro de ellas y cual topillos hicieron agujeros en el suelo con la mano para enterrar los faldones de la tienda y recubrirlos de tierra, ¡¡eran los MacGivers del desierto!! ¡¡Esa tienda ya no volaría!! Y a partir de ahí a ayudar a todos los locos del desierto. ¡¡Fue un excelente trabajo de equipo!! De esos que unen, que amamantan la leyenda de los viajes, de los que nunca se olvidarán. ¡¡A nosotros ventiscas, chacho, chacho, un respetito!! Salvo Char que roncó cuál fagocero después de fiesta nadie pudo dormir, o casi nadie, viendo como esos laterales de tela se plegaban en sus caras una y otra vez…pero ninguna voló.

Y como dos no va antes de uno, lo siguiente fue hacer una paella en las cataratas Epupa. Un lugar de cuentos de hadas, de paz y tranquilidad; y de muchos niños futuros, pero es otra historia que se la pueden imaginar (¡¡cuidadín con esas perversiones!!). Y es que el Char tiene más boca que la de Ana Belén y al final lió al españolito para que hiciera una paella, sin paellera, sin verduras, sin conejo y sin nada de nada. Encima tuvo que aguantar a un navarro que de esto no entendía ni pipa…algo de tortillas sí, pero de paellas ni loco (jajaja, un piquito Luís). Pero que son todos esos impedimentos para un cocinero de paellas que ha revolucionado la cocina canadiense y polaca con sus arroces. Así que con Kúdu (antílope), pollo y algo de verduras enlatadas hizo un arroz. Sin embargo, el festín no acabó ahí, Char se dedicó a la escalivada con su fuego vivo, Luisito (casi de dos metros el pequeño ser) a las tortillas y una dama dulce a hacer Mouse de chocolate. ¿Se imaginan que festín se dieron? Todos de nuevo ayudando, los canarios descalzos con barro en los pies, mientras el cocinero dormía plácidamente, y entre ronquido y ronquido tomaban un chupito de cerveza.

No es de extrañar que cuando les oyes hablar de la ruta de Chucleo del Okavango, los veinte se sienten como Aventureros en un Mundo Perdido de Julio Verne, con sus vidas pendientes de un hilo, o mejor, de una brida, pero sobre todo libres, muy libres.

CONTINUARÁ