martes, 24 de junio de 2008

¿El Dr. Jones supongo?

Vagabundeaba con dos enanos y una adolescente por el parque de un pueblo, cuyo rey tiene la cabeza volteada, cuando una joven de pelo lacio, ojos negros y con aspecto dulce se acercó, sacó un látigo del bolso y lo golpeó contra el suelo:
- ¿El Dr. Jones supongo?, dijo ella.
- ¡¡Ostias!!, niños atrás yo me encargo, replicó el asilvestrado con cara del que no entiende nada.
- No se asuste. Usted es el tío de estas criaturas, ¿verdad?
- Bueno…si, pero no me llamo Dr. Jones.
- ¿No es usted Indiana?
- No, soy el Asilvestrado, dijo en voz baja para que los enanos no le escuchasen. A mi hermano no le gusta que me llamen así estos pitufitos, le dijo.
- ¿El Asilvestrado? Nosotros en el colegio lo conocemos como Indiana.
- What?????
- Si, se pasan todo el día contando las aventuras de su tío durante la Semana Santa y se refieren a usted como Indiana.
- Ahhh, ¡¡diablesas desnudas qué fuerte!!.
- La verdad es que tengo curiosidad, ¿podría contármela mientras ellos juegan?
- ¡¡Tampoco fue para tanto!!
- S’il vous plaît.

La familia habían alquilado una casa en los preámbulos de los escondites de los maquis. Era enorme, tres habitaciones, un comedor de los de palacio y unas vistas que incitaban al encuentro espiritual de los que tienen alma. Como siempre, estar encerrado toda la tarde en veinte paredes de madera no era una opción, y si bien fuera hacia cinco grados, el espíritu del guepardo y de Nieve-tu les llevó a salir. Ella toda abrigada, en busca de un paseo con Miss Daisy; él enfundado en sus zapatillas de Forest a quemar el fuego interior. Ambos decidieron seguir la misma ruta, el camino de la ermita, cada uno a su paso. Correr, correr, correr, para seguir rellenando parajes en las retinas. Pero en un lugar tan apartado con el infierno de las nubes amenazando tormenta desde los montes de Olimpo, lo normal, lo esperado, es que no acabase bien. Pero que es eso para un Asilvestrado que cuenta con amigos como los osos negros canandienses, los leones del Kalahari o las morenas del caribe; así que en calzones y manga larga, se vio en vuelto en una tormenta de granizo que golpeaba su delicada piel. De vuelta de la ermita, algo menos de 2 Km, tendría que haber parado en la casa cuando pasó por delante de ella, pero pensó que sería interesante subir un puerto con un 15% de desnivel y desafiar a los Dioses putativos que mandaban agua congelada. ¿Acaso no corrió en St. Andrews a 10 bajo cero? Fueron, posiblemente, los 2 Km más difíciles que habrá pisado en su vida, tanto que con el aliento en desaliento y el humo chispeante saliendo de su cabeza tuvo que pararse cerca de la cima. En ese momento un coche pasó a su vera: “¡¡Diablos un coche con este tiempo!!”, pensó. Lo que no sabemos es lo que pensó el conductor, que visto lo visto, y a punto de la falla humana, paró su coche:
- “Fool” que hace con este tiempo, ¿le llevo a algún sitio?
- No gracias, estoy dando un paseo.
- En tal caso tenga cuidado con el Sol, quema mucho a estas horas, no se vaya a deshidratar.
- No se preocupe llevo agua incorporada.

Le parecerá una conversación sin sentido, ¿pero acaso tenía alguno correr en esas circunstancias? De vuelta a la casa, con el manto blanco de las novias sobre la carretera, los ojos medio entreabiertos le permitieron ver a toda a familia en la terraza gritando: “Vamos Forest tu puedes”. Cuando llegó, más exhausto que un albatros de pesca, fue la primera vez escuchó decir a uno de los enanos:”Papi el tío está loco”.

Pero, con certeza estadística, fue el segundo día cuando la anécdota cobró tintes de aventura. Habían salido a dar una vuelta por la zona, andando para que niños y mayores se entrelazasen en eso que se llama convivencia familiar. Tras dos horas y algo, menos de un par de kilómetros, llegaron a un punto donde la carretera dejaba de existir y un camino de piedras, barro y nieve se adentraba en los bosques de pinos; allí estaban, majestuosos dejando pasar el viento entre sus ramas, susurrando al planeta. Desde la última visita a Canadá, no había vuelto a ver nieve, el asilvestrado era como su viejo amigo Kim, deseoso de meter el hocico entre tanto blanco en busca de un camino que le llevase a lo desconocido…a la aventura de no saber si llegarás vivo o no a la noche. El resto decidieron que el camino era demasiado empinado, frío y peligroso, así que regresaron al calor del fuego. Pero él no podía dejar pasar ese momento, cargo con medio litro de agua, su cámara al completo y se despidió con la esperanza de que con un par de horas tendría suficiente para dar el rodeo a la montaña, llegar al pie del pico que le señala el camino y tomar unas fotos. Entre huellas que se consumían se cruzó con un ciclista de montaña, con una familia y con una pareja de estilo libre. Lo extraño es que todos llevaban un mapa de la zona, ya que existían múltiples caminos y perderse era fácil. Lo que empezó como una vuelta de dos horas terminó en cinco horas hasta que consiguió salir a una carretera civilizada. Detrás valles nevados, caminos inmensos y otros peligrosos, ruido mucho ruido de árboles, ermitas perdidas, vagamundos perdidos, ríos de roca, y bichos, muchos bichos y demás seres inhumanos. Andar cinco horas con un equipo de fotografía de 4 kilos cansa, y mucho; sentado en el andén de carretera junto al mapa de la zona sonó el móvil:
- ¿Hijo estás bien?
- Si no me esperéis hasta la noche que llevo algo de retraso.
- ¿Dónde andas?
- Buenooo……….a unos 20 Km de la casa.
- What????????
- Ehhhhhhh, no problem, en un rato estoy allí.
- ¿Vamos a recogerte?
- No, la carretera es complicada y desde un valle a otro se tarda una hora y…
- Bueno llama si necesitas algo.
- Todo controlado.
- ¡¡Dios eres peor que un niño!!

Creo que son las mentiras más grandes oídas en tal sacro lugar. Imposible llegar con luz por el camino de vuelta, además, sí pasara algo no habría forma de llamar; el río era otra opción, bajar con él parecía fácil, pero en alta montaña, nada es lo que aparenta; ¿cruzar el monte?, algo sabe el asilvetrado de esto, los valles siempre tienen cortados y en la noche los gatos no son tigres, pero lo tigres pueden ser leones (nunca he entendido mucho este dicho, pero ahí lo dejo por si alguno me lo explica), menos mal que nunca eligió dicha opción; lo mejor era hacer auto-stop, buscar un alma candida que le llevase hasta el pueblo más cercano y volver como se pudiese. Ver a un loco con pinta de África no es la mejor manera para incitar los deseos de las buenas personas, así que después de una hora seguía andando en buscando un pueblo lejano. Pero siempre hay gente amable, y un coche rojo pasó y paró cien metros más arriba. Mientras se acercaba se dio cuenta que una chica muy flaca con tintes de fumata de coca o porro esnifado sacaba melones y otras verduras del asiento delantero, mientras que con un trapo limpiaba el agua que había en los pies del asiento del acompañante. Entiéndanme, a estas alturas ya todos saben que algo fumado siempre anda este sujeto, así que escandalizarse lo justo. Subió al coche por llamarle algo. A los cinco segundos se dio cuenta del error cometido, el cuatro latas no tenía espejos externos, tampoco el interno, el cinturón de seguridad no funcionaba, los laterales no tenían cristal, el sillón tenía muchos muelles y la dirección se había perdido en algún camino. Aún así, lo más aterrador es que una conductora se duerma en el limbo en las curvas cerradas o que acelere hasta la cuarta revolución del motor en esquinas que ni en primera, creo que pudo identificar un escarbeido de la roca que pasó por sus narices en una de ellas. Agarrado con las uñas de los pies al suelo, cada curva era un rosario de almas en penitencia pensado que acabaría muerto en una carretera con una sonrisa de “Dios quiero bajarme ya”, al lado una mujer transparente quemada por su puta vida, a sus pies una máquina de instantáneas que recogería sus últimos ocho milímetros. Ante tal negro panorama decidió que lo mejor era tomar el mando de la situación; intentó coger el volante, pero no puedes convencer a la muerte que es negra por que ella no conoce otro color. Coches de frente que pitaban o conductoras que se estremecían en sus asientos ante el enviste de un vitorino desbocado. “Autopista del Infierno” se había convertido en una peli de Walt-Disney apta para bebes. Luego dicen que correr detrás de un oso negro es peligroso, ¡¡y una mierda!! Cual fue la sensación que al bajar del coche, y en la despida más de corazón que jamás tuvo lugar, le dijo: “mi niña, conduce con cuidado, hazlo por mi”. A veces se necesita tiempo para ver a las personas, pero nunca el tiempo fue tan largo, no cabe duda que en la curva de una carretera una vida se quedó. Agotado, con ampollas en los pies, un vagamundo esperó a que le recogiesen, feliz del regreso, pero triste de no saber el nombre de ella.

Los asilvestrados nunca llevan mapas, nunca programan más allá de un segundo, por que lo interesante de la vida es hacer camino cada día, aunque a veces el camino lleve a un muro. Perderse forma parte de sus juegos, pero hay que ver la cara de la gente que a veces les acompañan antes situaciones complicadas o difíciles. Esto le ha sucedido ya con Nieve-tu, pero faltaba con la familia Trap. Y lo mejor de todo es que la gente confía en ellos porque la seguridad en sus palabras es la clave de todo. Salieron seis botánicos en busca de un día biológico y acabaron perdidos en el túnel más largo de España en dirección contraria, más cerca de Viella que del cielo. Las caras de incredulidad eran notables e hicieron callar a aquél que solo hizo lo que siempre hace, vagamundear. Sin embargo, la sangre no son solo es roja, como diría Darwin “existen hombrecitos en su interior que hacen de nosotros los que somos” Y en el fondo, los hermanos son todos así…vagamundos, unos más que otros, pero en esencia, perdidos del río. Así que recordando lo que alguien contó, que le contó alguien, sin saber muy bien por qué, la filosofía tomó la decisión de buscar al padre del padre del padre del padre del padre del padre, “el origen de uno”. Por carreteras deliciosas, por caminos de tierra por donde solo pasaba un coche, por barrancos de parapente, por las agujas del tiempo; entre los gritos de una bióloga, entre niños con sobre dosis de aventura, entre pueblos del padre del padre del padre del padre del padre, entre masías de payeses, entre cacas de vacas, entre los juegos y líos de un tío; allí en la altura de un valle precioso con los pirineos nevados a los pies, un río, su sangre, una tiempo, su fecha 1725, un familia perdida, su casa. Y por supuesto, nunca llegaron a la hora prevista, siempre tarde, siempre detrás de Margot, y entre cucharón y cucharón contaron la aventura que un día compartieron con un asilvestrado.


- Y eso fue todo, ¿qué le ha parecido?
- No me invite nunca a viajar con usted.