domingo, 30 de noviembre de 2008

TAMBORES DE GUERRA

Aquí ando, en casa, reposando de una semana intensa, muy intensa. Preocupados por mi ánimo todos me preguntáis “¿cómo estás?” Pues bien, cansado, agotado, exhausto…como ellos, y todos quieren saber cómo es eso, cómo es una Lucha de Titanes. A esos que dan su vida a la ciencia, que insisten en ser, que se van a tierras extrañas, que vienen a casa, que dedican horas donde no las hay, que sueñan con la inmortalidad; a ellos mi respeto y este relato.

A las cinco de la tarde, como en los toros, tocan los timbales de la guerra, de la batalla que empezó hace tiempo y que esperaban como los niños la nieve y la fantasía de la Navidad. Ya llegado el momento. Sacan de sus cajones sus armaduras, les dan brillo con paciencia, afilan las espadas, fijan sus ojos en los detalles, nada se deja al azar; agudizan los ingenios, perfilan sus conocimientos, leen antiguos y nuevos documentos, revisan todo lo revisable; las tardes son oscuras y las noches brillan, el saber se hace insaciable y en su caverna con wiffi preparan su asalto, deciden estrategias, sincronizan relojes, su voz retumba una y otra vez, ¡¡son los gritos de guerra!! Papeles por el suelo, ropa amontonada, platos apilados, arañas en la nevera y “El Chico”, un saurio de tiempos del Lobo Eustaquio, recorriendo la casa en busca de intrusos alados. El tiempo se ha detenido y en sus mentes se repite los movimientos con la espada.
A la cinco de la tarde, como en el Coliseum Romano, saltan los gladiadores al albero, con el público excitado vitoreando sus nombres y con las apuestas al rojo; y en frente de ellos, la casta del Senado, los jueces de la contienda. Todos se conocen, todos saben del color de las armaduras, del dolor que producirán las heridas, pero sólo uno será proclamado victorioso. Comienza la lucha, durará dos días. En la primera sólo hay que salir vivo, en la segunda la batalla será entre dos, a vida o muerte. Acto primero: ilusiones ardiendo, sueños rotos, heridos, viejos, jóvenes, algún muerto y sangre en la arena, mucha sangre. Acto segundo: nervios en la grada, nervios en los gladiadores, actos de magia, escenografías perfectas, heridas, ojos entrecruzados, resuenan ruidos de móviles, el acero se hace frío y la voz tronadora; es el momento final, uno de los contrincantes se arrodilla y pide clemencia, ya no puede más, entonces, el Senado señala con el pulgar hacia arriba la victoria. Sollozos de cansancio, sollozos de alegría, sollozos de amigos, sollozos de familiares.

A las cinco de la tarde, cuando abre el cine de mi barrio, da fin una lucha que comenzó hace tiempos inmemorables. El vencedor tendrá una estatua de bronce en la avenida de la ciencia; el resto vuelve con los suyos, algunos más rotos que otros, a retomar la tarde de cines, de vinos y rosas, de comidas, de cervezas con sonrisas. Allí, en su caverna, se lamerán las heridas y se lamentarán de su derrota, sólo cinco minutos, después sabrán que en una lucha de leones, al menos, tuvieron la posibilidad de estar ahí…y eso, ya es mucho. Volverán a sus quehaceres cotidianos para hacerse más fuertes porque un día saben que volverán a sonar los TAMBORES DE LA GUERRA y pensarán “este es mi momento”.