domingo, 30 de enero de 2011

Carta a Haruki Murakami

Estimado Sr. Murakami

Me dirijo a usted después de cayese en mis manos su libro “De qué hablo cuando hablo de correr” gracias a mi hermana NieveTu. Es curioso como personas tan alejadas espacialmente y, aparentemente tan distintas, nada que ver un escritor con un “otolitoman”, tengamos, en mayor en menor medida, un eje filosófico de vida similar. La verdad es que me ha sorprendido; y aún cuando pueda parecer que ello no es raro, lo es cuando son unas zapatillas las que condicionan muchos actos de nuestra vida.

Hace unos días mi mujer me dijo que hacía tiempo que no escribía nada. Es cierto, hace mucho que no me enfrentaba a una cuartilla en blanco. A veces, en la vida uno tiene la necesidad de sentarse en un banco, de esos que se cubrían de nieve en el parque que rodeaba mi querido piso de Polonia, respirar, respirar y sólo respirar. No por ello, uno deja de pensar en historias, de escribir en un billete de metro o de mirar con ojos abiertos todo lo que ocurre a su alrededor. Pero cuando recuerdo todo lo acontecido este último año y medio, creo que sentarme fue una decisión acertada. Es difícil explicar a la gente que quieres y que te quieren que necesitas un poco de aislamiento social, usted los sabe bien. Y no son muchos los que se han enfadado, cabreado o están decepcionados conmigo, pero… Necesitaba coger fuerzas para poner patas arriba mi vida, y en ese proceso hay cosas de las cuales me arrepiento enormemente, pero no puedo hacer ya nada.

Sabía que iba a volver a escribir, pero no sabía cuando. La semana pasada pasaron dos cosas que han hecho sentarme a contar una historia. Por un lado, le recomiendo que vaya a ver la última película de Clint Eastwood, “Más allá de la Muerte”. Cuando acabó todos los amigos estábamos igual, mirando la pantalla, serenos y tranquilos, muy tranquilos. ¿Qué nos hizo Clint? No lo sé, solo sé que estaba en paz y feliz. El otro hecho fue el medio maratón que corrí.

La primera vez que corrí una distancia de 21 Km no pude andar en dos días, dado que mi entrenamiento no estaba preparado para ello. Pero, ¡¡me gustó tanto!!, que desde hace casi un año entreno con más intensidad, a pesar de mil maltrecha rodilla, para correr distancias tan agotadoras. Mi segunda carrera fue en Sant Cugat hace cuatro meses. Una vaivén de camino, un rompepiernas insufrible. Aguanté a un ritmo muy aceptable (4 m 45 s), pero en el Km 16 mis piernas se paralizaron por completo. El dolor era intenso y no podía siquiera andar. Nunca en todos mis años dedicado a hacer deportes había sentido aquello. Leo en su libro como describe usted ese mismo dolor; y como una voz interna le hizo seguir, nos hizo seguir. Como bien usted “Si algo merece la pena, entonces merece poner en ello todo el empeño (e incluso a veces un poco más)”. Y para mi, para usted, para muchos locos, merece la pena correr, simplemente queremos correr, probarnos frente a nosotros mismos. Así que a trote de tortuga llegue a la meta en 1h 49 m. ¡¡¡y bajé en 10 minutos mi marca!!! Pero en ese tramo del infierno ardiente, que es como estaban mis piernas, me pasaron cientos de corredores. Cuando llegué, me tuve que sentar y pensé que no había entrenado lo suficiente esos meses, así que ahora entreno dos horas casi diariamente. Por que es duro, muy duro entrenar cuando llegas muerto a casa después de 12 horas de trabajo. Pero somos corre-adictos, y no entiendo mi vida sin una zapatillas.

Acabo de bajar en tren a ver a mis padres a Valencia, y lo único que llevo son mis mallas, mi camiseta y mis zapas; cuando viajo a ver a mi mujer, suelo llevármelas también; aunque en estos viajes relámpago no me da tiempo a mucho, pero necesito saber que puedo calzármelas y correr un poco. Me han pasado un vídeo que le recomiendo que vea “Estos locos que corren” (http://www.youtube.com/watch?v=qHWdyWzLRvE&feature=related). Resume quiénes somos. Viene a mi mente una entrevista a un famoso atleta retirado que ahora se dedicaba a correr maratones. Decía que lo suyo no tenía mérito, a las personas que deberían rendir un monumento era a la cajera, al dependiente, al médico, a tantos que después de horas de trabajo llegan a sus casas y encuentran un hueco en sus vidas para ver el mundo al paso de un trote. Ahora que vivo en mundo de hielo matutino, aún tengo que acostumbrarme al frio de Barcelona, me gusta levantar la persiana los domingos a la 7 de la mañana y ver pasar a los locos que está entrenando a -2ºC. Eso es mérito.

Esta última carrera no la he hecho en solitario, Olivita de Havillan y Javier me acompañaban. Que decirle de Javier, había corrido 35 Km el día anterior y se vino con nosotros para pasar un rato y acompañarnos en el trayecto, ¡¡¡es un profesional de esto!! Queríamos bajar el tiempo de a 1 h 50 m, para que Olivita se llevase una medalla en su categoría. Pero los planes se fueron abajo cuando en el Km 7 se rompió. Como una copa que cae al suelo, y la forma da paso al caos ordenado, su cuerpo abandono a su mente. ¡¡Qué triste es cuando te preparas tanto y luego no vas!! Así que nos quedamos con ella, y con la esperanza de que se recuperase en algún momento. Pero eso nunca ocurrió. Desde el Km 14 a la meta iba completamente deshidratada, buscaba agua como quién busca su alma. Lo normal es que se hubiera retirado, nada justifica pasar ese calvario. Nos dijo que nos fuésemos, que la dejásemos a su ritmo. No pudimos ninguno de los dos. Como el relato de Dumas, todos para uno y uno para todos, aunque uno no lo entienda. La verdad es que iba a un ritmo muy lento para mi, y eso me permitió disfrutar más aún de la carrera. Que duro se hace los cuatro últimos kilómetros cuando tu cuerpo está muerto, ¡¡nadie se lo imagina!! Y a medida que íbamos llegando a la meta, aquéllos que se han muerto empiezan a quedarse, bajan su ritmo al mínimo, se sientan a un lado, se paran (nunca hay que parase), y todos llevan unas caras de sufrimiento que me recuerda aquél competidor en la olimpiada que llego medio andando y cayéndose, ¡¡qué imagen!! Entonces, Javi y yo nos pusimos a animar a todos, incluso a los propios espectadores para que aplaudiesen a la estos locos de zapas rotas. Fue cuando me di cuenta que no tengo que correr contra el tiempo, que verdad dijo usted. Tiene más sentido disfrutar de tus amigos, de la gente con la que compartes unas horas, aunque no las conozcas, ¿o si?. Recuerdo ese hombre, mayor que nosotros, que se puso al lado, más por los ánimos que le dábamos, que por otra cosa. Seguro que en la entrada de la meta había cientos de personas para aplaudir, se lo agradecemos, de verdad. Pero mil gracias a todos los que no sois locos y acudís a la antesala de la meta, a los últimos kilómetros. No sabéis como los locos agradecen ese aplauso, esa voz algo cabronceta “venga que no queda nada” (“para ti mi niña, para mi es como llegar a la cima, queda lo peor” eso es lo que piensan). Así que no llegamos en un buen tiempo, más bien fue horribilis, pero no me importa en absoluto. Disfrute con mis amigos de una soleada mañana de domingo, oyendo mi respiración acompasada, y mi corazón a ritmo de Chambao.

Y si alguien me pregunta por qué corro le diré que:
corro, por que necesito fuerza en mis piernas y en mi corazón;
corro, por que correr es como sentarse en un banco a respirar cada día;
corro, para aguantar la incertidumbre de mi vida;
corro, por que así puedo liberar todas las noches mi mente;
corro, para soportar la ausencia temporal de mi mujer;
corro, por que entonces puedo soñar con sus ojos;
corro, por que en la meta siempre está ella para ponerme una medalla que dice “a esos locos, que nos volvéis locos”,
corro, por que no se hacer otra cosa.

Gracias por su libro. Si algún día me viese en la maratón de New York recuerde que ambos, que miles, compartimos más que millones, por que no estamos locos, simplemente hemos aprendido a sacar la fuerza de la vida a partir de las piernas.


Atentamente,

Un vagamundos que corre por el mundo.