martes, 8 de mayo de 2007

Días negros



Todos hemos tenido días malos, a veces, muy malos a lo que hemos llamado coloquialmente “días negros”. Ayer yo tuve uno de esos días hollinados…pero negro, negro de la ostia, como diría mi niño vasco Mikel.

Que las cosas del sexo, que es lo que me dedico últimamente, no salgan a la primera es algo a lo que estoy acostumbrado, pero siempre, estudiando con tenacidad el tema e iluminación divina uno encuentra el camino por donde salir o entrar. Creo que ayer mis neuronas y Dios estaban de putas en la costa de Malibú. Cambié el sexo polaco por el canadiense y tampoco salió nada; por cabezonería me metí con el sexo de un camarón, y no lo encontré. Decidí dejar de práctica el sexo zoofílico y volver a ser forense de huesos, pero mis colegas de profesión me pusieron abetunado de los nervios. Sentí que caía en un pozo negro muy profundo, doce horas trabajando y no había avanzado un solo paso. Así que entrada la noche oscura me fui a casa.

Montado en mi “Spider” de color negro, busque algo de viento para que me despertase de este mal sueño. Camino a casa, un coche conducido por un señor de color, no me vio y casi acabo ennegrecido por el asfalto. Mi corazón palpitaba igual que un carburador lleno de aceite quemado; así que cuando llegue a casa decidí que tenía que liberar endorfinas y me fui a correr. Algo más relajado y de retorno a “Vic Home”, iba yo corriendo por el paso de peatones, cuando un coche decidió jugar al tiro al blanco conmigo y acabe con mis manos en su capot. Me quedé amarrillo, perdón, quise decir negro. Anduve los últimos metros mirando a ver si alguna maceta, farola o semáforo me caía en la cabeza. Pensé que alguien me está haciendo budú, que no me quieren ni ver en pintura negra, que el Lord Vader anda suelto, que los Black Men piensan que soy un extraterreste, yo que sé… En casa decidí hacerme un ensalada para cenar, pero luego caí en que debería emplear un cuchillo con el mango negro y que, dada la probabilidad de hoy, acabaría o bien cortándome los dedos, o bien clavándomelo por la espalda, o lo peor, rebanándome la oreja; y ¡¡como le explicaba eso al médico de urgencias del Hospital Negrín!! Así que me abrí una coca-cola negra, me tome una onza de chocolate negro, vi una serie negra y me metí en la cama cuando la luna estaba oculta por una nube negra. En fin que fue un día de negros.

¡¡Dios me he comprado los muebles negros!!