viernes, 7 de septiembre de 2007

Recuerdos de África: la ruta del chucleo del Okavango

Imaginar un viaje es como soñar despierto, anhelas cosas y sonríes, de forma socarrona, pensando que las vas a conseguir con un clic de ratón ¡¡¡Ilusos mortales!!! Nunca un viaje del españolito congrego más penurias y situaciones lamentables; pero esta vez su suerte fue compartida con 19 ingenuos individuos del mundo mundial.

Lo más importante cuando preparas un viaje para visitar los mundos perdidos es la mochila. Ese “ser”, por qué las maletas/mochilas del españolito ya tienen personalidad propia, tan imprescindible y en las cuales metemos todo aquello que no es necesario, pero que nos hace sentirnos bien tenerlas cerca. Desde las mallas y rulos de la noche, el pepino para las ojeras (¡¡¡para las ojeras!!!), el antiarrugas, el desodorante repelente de todo, el jabón con aloe verá, etc…hasta unas bridas de plástico; y se preguntarán ¿¡¡para qué coño sirven unas bridas!!? Buena pregunta, todo a su tiempo. Ustedes se creen que todo eso es necesario para intrépidos aventureros/as que queríamos imitar a los Livingstone, Slessor, Baker o Blixen. Sin embargo, la vida siempre se empeña en darnos lecciones, ¡¡como si no hubiéramos estudiado bastante!!

El viaje del españolito, y de los 19 sujetos, comenzó de la mejor forma posible…¡¡perdiendo la British todas las mochilas!! Esa compañía de bandera británica, icono de la madre de todas las madres de la tierra; los Sires que nos proporcionaron el placer de beber agua sucia; y el señor, algo travieso, llamado James Bond que nos enseñó la caballerosidad y la “putalidad” inglesa, perdón un lapsus, puntualidad ¡¡¡Ayyy madre espiritual del universo, dónde has llegado!!

Con un par de mudas, un saco de dormir (alguna no) y lo que cabía en una mochilita de “na” andamos por cuatro países, 26 días, hasta el último día que algunos privilegiados recuperamos las mochilas (todavía algunos no las tiene); previo paso por Mister Price y Pepe. Unos tíos geniales que montaron una cadena de ropa para pringaos que viene de viaje con la British y que hoy en día son multimillonatis. Así que con nuestras bolsas de plástico damos la nota ayer dónde íbamos, pero al menos, tuvimos algo más que ponernos ¡¡Dios los vendiga!!

Quien piense que África está llena de negros y hace un calor infernal se equivoca, por que en Sudáfrica es pleno invierno y me ¡¡cagüe en diez!! (expresión típicamente española), no recuerdo una noche del españolito (salvo una de Canadá a -30ºC) donde pasara tanto ventorillo. Fue en el desierto de Kalajari, el primer día que se montaron las tiendas de campaña. Con un saquito de na (todavía retumban en el vacío craneal la frase de Char “Tuset vamos sobraos con sacos de 10ºC”), y tal y como me trajo al mundo la madre del sujeto, a menos de cero y con una sola cerveza alcohólica en el cuerpo; el españolito, y unos cuantos más, amanecieron como pasa congelá.

A la noche siguiente, y visto lo visto, la mayoría llevaban puesto todo aquello que tenían, lo cual no eran mucho, ya se pueden imaginar. Esa noche, entre risas y desesperación por las perdidas de nuestras prendas tan importantes como la redecilla del pelo, se descubrió un nuevo sistema de llegar calentitos al saco. Se trataba de beber vino frente al fuego que por fin iluminaba nuestras noches. Lógicamente las parejitas encontraron otro sistema…Anyway, fue el bautizo de Mari Pili, una pirómana que fue capaz de quemar todo aquello que fuese combustible, aunque siempre en dosis pequeñas para que el calor del fuego durase lo más posible; y que desde entonces fue la dueña del fuego. Ello llevo a que se bebiese más vino de lo normal, y claro está, el rojo de las mejillas resaltó en mitad de la oscuridad del desierto. Diez sujetos y sujetas algo pasados, comenzaron a divagar en conversaciones transcendentales…o sea de sexo. Entre los chacales que querían entrar en las tiendas, las parejitas ocultas y una noche fantástica, Pipican (una chica algo chinesca) elevó un verbo catalán al altar de los momentos importantes de un viaje. Chuclar: dícese de chupar sin tomar aire…, apliquen ustedes la imaginación esa noche. Desde entonces todo fue un cachondeo o chucleo, y se bautizo el viaje como la ruta del chucleo del Okavango.

No creo que el españolito haya bebido más vino frente a un fuego en toda su vida, pero siempre recordará esos momentos tan divertidos, tan entrañables charlando y compartiendo vidas con los que nunca se iban a dormir. Añadiendo hojas secas, palitos, ramas o cartón para que la noche nunca acabase; mientras, en el cielo negruzco africano, las estrellas fugaces recorrían su camino como vagamundas. Me cuentan que todavía hoy, en las noches de las afortunadas, busca un fuego donde acurrucarse con su botella de vinito porque las noches de África son inolvidables...todo se andará.

CONTINUARÁ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado la historia... algunas noches aun busco cartones a mi alrededor para que el fuego me acompañe un poco más antes de ir a dormir...

Anónimo dijo...

Diciendo que todos perdimos las maletas, parece que la mala suerte se repartió por igual entre todos los miembros del grupo. Pero para hacer un análisis más exhaustivo de la situación, hay que tener en cuenta otra variable: el equipaje de mano. Si incluimos esta nueva variable en el análisis, comprobaremos que la suerte (o la mala suerte) no se repartió equitativamente entre todos los aguerridos viajeros. Con la llegada de la primera noche, acompañada de un frío más que considerable, se desató la solidaridad y se repartieron las prendas de abrigo que se habían conservado gracias a que viajaban en el equipaje de mano. Así todos quedamos más o menos protegidos del frío casi glacial de la cálida África.
Pero, ¿todos? No, no todos. Quedará en los anales de los grandes viajes africanos la imagen de dos intrépidos viajeros, en camiseta de manga corta y pantalones también cortos, contestando “no, si yo aguanto muy bien el frío” a los ofrecimientos de ropa por parte de sus helados compañeros de viaje.
Si pasaron o no pasaron frío aquella noche, habrá que preguntárselo a estos modernos robinsones. Pero de lo que sí se puede dar fe es de que al día siguiente se compraron ropa de abrigo, y de que no consideraron necesario hacer más demostraciones de lo bien que aguantaban el frío.
Pequeñas anécdotas como ésta, y otras que se sucedieron a lo largo del viaje, que sacan a la luz el espíritu de lucha contra las adversidades y el afán de superación, son las que contribuyen a crear leyendas. Así, uno de los protagonistas de esta historia empezó el viaje siendo Víctor (léase sin énfasis), un nombre normal para una persona normal; pero al final del viaje se le llamaba Vik’toor (léase con énfasis), en merecido reconocimiento a las cualidades personales que hicieron aflorar las vicisitudes que acaecieron a lo largo de la dura expedición.

Un abrazo para Vik’toor, que seguro que leerá estas líneas, y otro para ti, asilvestrao.